Los tipos de narrador. Teoría y práctica.



Para los lectores asiduos no será novedad descubrir que existen distintos tipos de narrador que nos conducen por las páginas de nuestras historias favoritas hasta el final. Pero ¿sabemos exactamente cuáles pueden ser estos tipos de narradores? Pon en práctica tus conocimientos y demuéstralos.

Seguro que nuestros profesores de lengua y literatura nos lo han repetido hasta la saciedad, pero, como digo en el vídeo de las lecturas escolares, lo importante no es que nos lo digan, sino cómo nos lo dicen.

En este artículo descubrirás cuáles son los distintos tipos de narradores, pondrás en práctica lo aprendido con un pequeño juego de puzle literario y, si quieres, podrás demostrar que has entendido todo escribiendo tú mismo.

Así que vamos allá.

Cuidado con las curvas

Los narradores se dividen en tres grupos o categorías que son los equivalentes a las tres personas gramaticales. La primera persona (el yo o nosotros), la segunda persona (el tú o vosotros) y la tercera persona (él, ella o ellos).

Vamos a verlos a grandes rasgos para poder afrontar el pequeño juego que os propongo con todas las herramientas necesarias. El juego está relacionado con estos tipos de narrador y con las posibles formas de contar una historia, porque existen muchas, como nos dice Rafael de la Rosa en este magnífico artículo.

En primer lugar, tenemos a los narradores en primera persona y, dentro de este grupo, encontramos dos tipos diferenciados:

  • El narrador protagonista es aquel que nos cuenta la historia a través de su experiencia personal. El lector solo conoce lo que conoce el protagonista. Somos sus ojos y sus oídos y todo lo que ocurre fuera de su rango de conocimiento es un misterio. Lo que nosotros apreciamos de la realidad que rodea al protagonista es lo mismo que él aprecia. Un claro ejemplo sería Kathniss Everdeen, de Los juegos del hambre (la pobre no se entera de nada pese a ser la protagonista y, por tanto, nosotros tampoco).

  • El narrador testigo en la mayoría de las ocasiones es un personaje secundario que sí actúa de forma determinante en la historia, pero, aun así, el peso central de la trama recae en el personaje protagonista, del que muchas veces no sabemos nada a lo largo de la narración, pues desaparece del rango de conocimiento del personaje secundario o narrador testigo. Vemos, oímos y sabemos lo que sabe este secundario (no el protagonista, repito) y a veces esto nos beneficia, pues podemos reflexionar sobre la trama desde una perspectiva cómoda. El ejemplo más famoso es el de las novelas de Sir Arthur Conan Doyle, con el magnífico Watson acompañando a Sherlock, quien le oculta a él y, por lo tanto, al lector, muchos aspectos de la resolución del crimen o misterio hasta el final del relato.

Existe el narrador en segunda persona, sí. Y podríamos dividir este grupo fácilmente en dos:

  • Narrador epistolar. El personaje narrador, ya sea protagonista o no, escribe cartas reales o imaginarias a una persona o número de personas para contarles lo que está pasando. Este remitente, por supuesto, somos nosotros, los lectores, de forma indirecta. En Donde termina el arcoíris, de Cecelia Ahern, descubrimos que toda la novela está estructurada a través de cartas, mails o mensajes de texto entre los distintos personajes. Es una novela que leí en una sola noche, de principio a fin, por lo maravillado que me quedé al saber que podía escribirse así una historia.

  • Narrador espejo. Sí, me lo he inventado, pero quería diferenciar este tipo de narrador en segunda persona del anterior. El narrador espejo es aquel personaje que se cuenta la historia a sí mismo, sobre todo para poder comprender cómo ha llegado a su situación actual (lo que se traduce en un planteamiento, normalmente, in media res). También se puede utilizar para ir reflexionando sobre la situación que envuelve al personaje, como algún caso policial. Diario de invierno, de Paul Auster, es la novela que más se acerca a este tipo de narrador.

Por último, los narradores en tercera persona son:

  • El narrador observador es aquel al que nos tiene acostumbrados el celuloide. Es un narrador que solo sabe y solo nos cuenta aquello que se puede percibir a través de los sentidos, aquello que se ve y se escucha, sin entrar dentro de la psique de los personajes de forma directa, como si fuera una cámara.

  • El narrador omnisciente es el que sabe absolutamente todo de la trama y de los personajes, sabe qué hicieron, qué piensan y cuáles son sus más ocultas intenciones. Sin embargo, esto no significa que el narrador deba desvelar al lector todos los detalles, sino que puede dosificar la información en beneficio del desarrollo y la resolución de la trama. 

Y ahora, después de la teoría, siempre viene la práctica.

El siguiente relato se titula Doce segundos y cuenta la historia de una agresión homicida en una universidad. Pero, por razones que descubrirás al final, los doce párrafos en los que se cuenta la historia están desordenados. Esto me permite utilizar una persona y un narrador diferente en cada uno de los párrafos, de manera que sea más sencillo jugar a este juego. Porque, al igual que Miriam, yo me fío de vuestro cerebro.

Aquí está el tío cachas de Memento recordándonos que las pelis puzle molan un puñao
El juego consiste en decir qué narrador se utiliza en cada párrafo. Si te apetece, además, puedes ordenar los párrafos para leer la historia dentro del típico orden cronológico al que estamos acostumbrados. Adelante, demuéstrame de lo que eres capaz.

¡Nos vemos al final del relato y te cuento!

 Doce segundos

El viento frío de aquella mañana de otoño mecía los árboles, los leves rayos de sol proyectaban sombras sobre el asfalto, y sonaban los motores en la avenida. En el desértico vestíbulo solo caminaban los universitarios más aventureros, tapados hasta el cuello. La facultad se erguía sobria, cuadrada; unas enormes ventanas de libertad, que evitaban la asfixia de alumnos y profesores, la cubrían por completo. En una de ellas, si uno hubiera estado atento, podría haber distinguido un desmesurado destello, seguido de una fuerte explosión. Hasta los pájaros quedaron en silencio ante la incertidumbre.
En aquella aula, sillas vacías contemplaban el espectáculo que se les estaba ofreciendo. Las luces apagadas buscaban la intimidad de la pareja y la puerta cerrada vigilaba el pasillo para evitar posibles intrusos. El profesor acariciaba por los hombros a una mujer. Ella se tapaba la cara. Lloraba. Los moratones rondaban su cara y la hinchazón la esculpía de arriba abajo.
El profesor había cogido el extintor de la pared sin que el hombre se diera cuenta y, en un momento de distracción, le asestó un fortísimo golpe en la cabeza y lo derribó. Su pulso se había acelerado como nunca. Si no le hubiera provocado, él nunca le habría herido, claro que no. El profesor dejó caer el extintor al suelo y se arrodilló, conmocionado.
Sus cuerpos chocaban dentro de aquella pequeña cápsula. No podían apenas moverse sin provocar una reacción en cadena que alertara a todos los que pasaban: ocupado. Su primera vez fue en un baño y, ahora, todas las demás también lo eran. Esclavos del anonimato. ¿Qué dirían sus compañeros de clase si pudieran verlos en esos momentos? El baño de la universidad era su refugio, su jaula. Pero solo a esa hora, ese día de la semana, cuando sabían que nadie podría sorprenderles. Sus pechos le rozaban la piel como fuego y sus manos lo agarraban, arañándole, impidiendo que escapara. El sacudir de su pelvis le hacía viajar hacia la nada y todos los pequeños ruidos del exterior le volvían a arrastrar a la realidad, preocupándole. Sus labios se fundían en uno solo, pero lo que de verdad le excitaba eran los grititos que salían de su boca. La chica del piercing, amante gritona.
Me había puesto la gabardina larga para que no se me viera. Una bufanda gruesa que tapara mi cara. Ropa cómoda y discreta, pero a la vez elegante. Y un cinturón para guardarla. Mi idea era entrar en la facultad y lo había conseguido. Me encontraba furioso. Violento. Alborotado. No conseguía que la gente dejara de mirarme. Debía darme prisa. Ese era el día en que iba a matar a alguien por primera vez.
En esa fría mañana de otoño, había cogido el bus de milagro y no sabía si él aún seguiría esperándome, cosa que me mataba por dentro. Con la carpeta a cuestas, fui corriendo todo el tramo desde la parada, y estaba cogiendo aire, ya a punto de llegar a la puerta, cuando de pronto lo vi con sus amigos. Toda roja tuve que decir que iba a una tutoría inventada para que nadie sospechara de mi presencia allí y subí corriendo por las escaleras.
Al verla, hice un gesto de sorpresa que no pasó desapercibido y tuve que decir que me había asustado como excusa barata. Dije que me había olvidado unos apuntes dentro y sin esperar la seguí, impaciente por encontrarme a solas con ella en el baño, por besar sus dulces labios y por escucharla gritar.
Aún no la había visto en todo el día, tal y como debía ser. Habíamos prometido no vernos fuera de la universidad para evitar posibles rumores y, por el momento, nadie sospechaba nada. Compartíamos amigos y eso nos dificultaba un poco la vida, pero lo llevábamos bien, por lo menos yo, ya que la recompensa merecía la pena. La clase había terminado sin problemas, y me dirigía a la puerta de la universidad con mis amigos. Como siempre, daría un rodeo a la facultad, haciéndoles creer que me iba a casa, y luego volvería para así poder estar con ella a solas. En el pasillo tropecé con un hombre muy raro que vestía una gabardina larga y una bufanda gruesa que le cubría medio rostro. Pareció agitarse mucho y, mirándome fijamente, sacó la mano de debajo de la gabardina.
Los dos estaban forcejeando. El hombre tenía una pistola y el chico no iba a permitir que la usara para matar a nadie. Lo cogió por detrás y alejó el cañón de su cara, lo sujetó con fuerza y el hombre quedó inmovilizado. Pero con un movimiento los dos quedaron cara a cara con el arma a la altura del estómago. El miedo había entrado sin llamar.
Algo ha quebrado, y dos rostros se abalanzan sobre el suelo cubiertos de lágrimas. La chica del piercing grita con la fuerza de una plañidera voraz. Hacía mucho tiempo que no lo veía. Hacía como seis años que había abandonado su casa, y poco a poco también iba abandonando sus recuerdos. Nunca imaginó volver a verlo, y mucho menos así: con una bala en el abdomen. Al salir y ver a su hermano ahí de pie no pudo pensar en nada. Luego, al verlo en el suelo malherido, tampoco. El profesor, a su lado, también estaba llorando, lloraba de rabia, de impotencia. Lo que quería evitar había resultado ser inevitable. Aquel desgraciado se había presentado con una pistola. Lloraba porque esa bala que ahora se alojaba en el abdomen del agresor, su hermano, podría haberle volado los sesos a su novio, o a ella. Asomada en la puerta, testigo de todo, una mujer cuyos cardenales brillaban como estrellas en paz.
El hombre con la gabardina había desenfundado. Estaban los dos solos en el pasillo del cuarto piso. La pistola refulgía inquieta en la mano de aquel tipo, que parecía capaz de acabar con toda una manada de leones hambrientos. Al otro lado de la trayectoria de la bala estaba el profesor, de pie, completamente horrorizado. Había salido a por un poco de maquillaje para cubrir los moratones de la cara de su amiga, cuando de pronto apareció y le apuntó. No sabía quién era hasta que el agresor se quitó la bufanda y comenzó a hablar.
El acuerdo también incluía salir del baño separados. Primero uno, yo en esta ocasión, y a los diez minutos, ella. Nos besamos apasionadamente por última vez y la dejé allí dentro. Fuera no había nadie. Me lavé las manos y me sacudí el agua mientras caminaba hacia la puerta, satisfecho. El metal del pomo estaba frío en comparación con los muslos que había disfrutado segundos antes, pero eso no me impidió girarlo. Salí despreocupado, poniéndome bien la chaqueta y, al girarme en dirección a las escaleras, lo vi. Era aquel tipo que había chocado conmigo antes de encontrarme por sorpresa con mi chica fuera de la universidad. Tenía la mano alzada y mostraba un objeto reluciente, negro. Al ver que era una pistola frené en seco. Mis nervios se paralizaron al instante y miré a mi alrededor. Él estaba de espaldas a mí, por lo que podía meterme de nuevo en el baño y esperar a que se fuera, pero apuntaba a alguien. Ese alguien era mi profesor. El corazón se me paró. El hombre de la gabardina estaba apuntando con una pistola a mi profesor en medio del pasillo. Y solo yo observaba a escondidas de los dos. En aquel momento no supe muy bien por qué, pero me abalancé sobre el agresor como una pantera a la que le ha llegado su hora. Lo sorprendí por la espalda y lo desestabilicé.
El hombre sangraba en el suelo. Los dos jóvenes enamorados se abrazaban a la vista de todos los curiosos que se habían acercado a ver qué era lo que había pasado. Ya no les importaba que los vieran juntos. Ella lloraba porque el hombre que gemía tirado era su hermano, que los abandonó cuando ella era niña. Su confusión emocional era palpable y su chico no iba a dejarla sola en un momento como ese solo por aparentar. Su profesor quedó atónito al descubrir el parentesco que tenía su alumna con el agresor, del que protegía a su amiga desde hacía unos días. Había acudido a él antes que a la policía porque tenía miedo, bien fundado, por lo visto, y le pidió ayuda. Su marido estaba loco, decía. Ahora empezaba a creérselo. Si no hubiera sido porque el chico salió del baño y lo despistó, ahora estarían muertos. Suerte también que pudo coger el extintor mientras ambos forcejeaban.
Cuando se lo contaron luego a la policía, pareció como si los segundos hubieran sido eternos y el qué sucedió antes y el qué después hubiera perdido toda importancia.


¿Has sabido decir el narrador que se utilizaba en cada párrafo? ¿Has sabido ordenarlos? ¿Has descubierto algo evidente que no te he dicho antes, pero que hace que el título del relato sea una mentira? Me gustaría saberlo, porque la diversión es mayor cuando se comparte. Escríbeme en los comentarios qué te ha parecido, pero, por favor, no pongas las respuestas, ¡eso sería trampa!

Ahora es tu turno, ¿eres capaz de escribir una frase con cada uno de estos narradores?

¡A ver qué te sale!



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